martes, 17 de marzo de 2020

Los movimientos sociales


La cuestión social

En Chile, las nuevas posibilidades de crecimiento económico, en las últimas décadas del siglo XIX , produjeron una constante migración del campo a la ciudad.  En 1875, la población urbana chilena alcanzaba a 725.545 habitantes, los que pasaron a 1.240.353 en 1895.
Esta concentración de población en las ciudades transformó la fisonomía demográfica del país y fue el inicio de un constante proceso de urbanización.
Este proceso alcanzó mayor relieve a partir de mediados del siglo XX, ya que en 1960 la población urbana llegaba al 66,9 por ciento del total del país, en tanto que en 1970 alcanzó al 75,2 por ciento, y en 1979, al 80,8 por ciento.

En los inicios de este movimiento migratorio , la población que se trasladaba de las áreas rurales a las urbanas constituyó una potencial fuerza de trabajo para la industria, la minería y los servicios que apoyaban estas actividades.


Además, fue un mercado consumidor de productos manufacturados y comestibles que dinamizó el comercio interno.  Sin embargo; provocó una variación sustancial en el cuadro social y generó uno de los problemas más serios a comienzos del siglo veinte: la cuestión social 
Este hecho histórico, de carácter socio-económico, según Gonzalo Vial , fue el más importante en el cambio de siglo, pues las clases trabajadoras se vieron sometidas a una presión aplastante y ni el sector dirigente ni el régimen político supieron hallar una solución adecuada para este conflicto.
Los síntomas del problema social surgido se manifestaron en varios planos simultáneamente, y muchas veces unos fueron consecuencias inmediatas de otros.  De este modo, la realidad social de los primeros veinte años de este siglo se caracterizó porque en la sociedad hubo problemas de vivienda, alcoholismo, quiebre de la familia, prostitución, enfermedades sociales, epidemias infecto-contagiosas, delincuencia, criminalidad, inflación y algunos otros dramas que pesaron en el cuadro social.
En el caso de la vivienda, fue decisiva la inadecuada infraestructura de las ciudades, especialmente de Santiago, Valparaíso y Concepción, a las que llegó un mayor número de inmigrantes. La afluencia de la población provocó hacinamiento y proliferación de habitaciones que carecían de alcantarillado, agua potable y, en general, de condiciones mínimas de higiene y salubridad como para albergar a sus ocupantes.
Las habitaciones más características de estos tiempos eran los conventillos , las cités, los ranchos y los cuartos redondos. Los conventillos eran casas grandes de varias habitaciones, cada una de las cuales era habitada por un grupo familiar.  En 1906, según estimaciones de la época, había 2.000 conventillos. Estos llegaban oficialmente a 1.574 en 1912.  Su número era de 2.022 en 1916, para una población de 84.175 individuos.
Las viviendas de las "cités" tenían dos o tres piezas, lugar para la cocina, baño interior en alguna ocasión y patio interno. En cambio, los ranchos eran viviendas precarias de una o dos piezas.  A su vez, los cuartos redondos eran habitaciones populares de un solo espacio interior, sin ventanas y sin ventilación.
Estas condiciones materiales, junto con las sanitarias, a todas luces deficientes, provocaron con el tiempo graves enfermedades y epidemias infecto-contagiosas, como el tifus exantemático, la peste bubónica, el cólera, la viruela, la fiebre tifoidea, la gripe, la difteria, la tuberculosis pulmonar y otras que caracterizaron el estado de salud de la población. El estrago provocado por estas enfermedades repercutió en las tasas de mortalidad del país, tanto a nivel general como infantil.
Al problema de salubridad se sumó el del alcoholismo. Éste afectó, principalmente, a los habitantes de los barrios marginales de la ciudad y fue un factor decisivo para el relajamiento social y moral de la familia, el recrudecimiento de la delincuencia, de la criminalidad y de la prostitución.  Esta última acarreó un sinnúmero de enfermedades sociales, como la sífilis , que era contraída en los numerosos prostíbulos de la ciudad.  Los nuevos signos sociales demuestran los cambios experimentados por la sociedad nacional.
Pero no sólo estos problemas de carácter social debió enfrentar la población que emigró del campo a la ciudad.
Frente a la vivienda, que ya con ser deficiente era una carga pesada de soportar, los nuevos habitantes urbanos (y también los antiguos) debieron sufrir el pago de elevados arriendos. Costo que era difícil de solventar por los deficientes salarios y remuneraciones de los grupos proletarios.

Higiene y salud publica
La urbanización e industrialización del mundo europeo a partir del siglo XVIII implicó también la creación de las condiciones ambientales necesarias para la rápida propagación de enfermedades, pestes y epidemias. En este contexto, paulatinamente, tomó forma en el pensamiento médico la idea de que la higiene pública e individual era la mejor forma de combatir las enfermedades. Surgió así la ciencia de la higiene o higienismo, que pronto irradió sus ideas por todo el mundo.
En Chile, los problemas asociados a los procesos de urbanización y a las condiciones insalubres de los ranchos y de las habitaciones populares, surgidas en los márgenes de las ciudades, emergieron con mayor fuerza a mediados del siglo XIX. El deplorable estado sanitario de las ciudades chilenas incentivó la rápida e implacable propagación de las enfermedades, las epidemias y la mortalidad, fenómeno que pronto llamó la atención de médicos e intelectuales.
Se originó, entonces, una generación de médicos que asumió las ideas higienistas e intentó difundirlas entre las autoridades para que las pusieran en práctica desde las instituciones del Estado. Se aspiró a estructurar una administración sanitaria de las ciudades que incluyese el aseo de calles y avenidas, la relocalización de los mataderos, la construcción de habitaciones populares salubres, el abastecimiento de agua potable, la dotación de alcantarillado y la enseñanza de la higiene a la población. En 1872, se dictó un decreto que hizo obligatoria la enseñanza de la higiene en los colegios fiscales, pues para muchos médicos la principal causa de las enfermedades fue la ignorancia, especialmente de las clases populares.
En 1887 se dictó la ley de vacuna obligatoria y la Ordenanza General de Salubridad, mediante la cual se estableció una Junta General de Salubridad destinada a asesorar al gobierno en estas materias. Una nueva ley creó en 1892 el Consejo Superior de Higiene Pública y el Instituto de Higiene, que poseía sólo funciones consultivas. A finales del siglo XIX se comenzó el alcantarillado de Santiago, en 1906 se aprobó la Ley de Habitaciones Populares, en 1918 el primer Código Sanitario, lo que da cuenta de los paulatinos avances de las ideas higienistas. Uno de los médicos más destacados fue Adolfo Murillo, quien se preocupó de estudiar las causas de la mortalidad urbana, de la aprobación de una ley de vacuna obligatoria y de las formas de prevenir las epidemias de cólera. Otros médicos que colaboraron con la salud pública desde la perspectiva de la higiene fueron José Joaquín Aguirre, Alejandro del Río, Federico Puga Borne, Octavio Maira, Pedro Lautaro Ferrer y Ricardo Dávila Boza.


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